Don
Quijote era de un pueblo manchego, cuyo nombre no se dice. Era de
mediana edad, de unos cincuenta años, delgado, de piernas largas y
flacas y de cara seca. Antes de que empezase a leer libros de
caballerías le gustaba madrugar e ir de caza.
Después
de leer muchos libros de caballerías acabó creyendo que era verdad
lo que en ellos se contaba, es decir, que eran reales los gigantes,
magos, desafíos y batallas.
Quería
conseguir, como los caballeros andantes, fama, y deseaba ayudar a la
gente. Para ser caballero andante necesitaba una dama a quién
servir, armas y un caballo.
Decidió
llamarse Don Quijote porque el quijote es una parte de la armadura
del caballero y esta palabra se parece a su nombre real, que era
Quijada, Quesada o Quijana. Y de la Mancha, porque él era de esa
región y los héroes de las novelas de caballerías añadían a su
nombre el de su patria, como Amadís de Gaula, su héroe favorito.
Las
armas eran las de sus bisabuelos. El casco lo hizo primero de cartón.
Después de ver que era fácil de romper, hizo otro con barras de
hierro por dentro.
El
caballo era suyo. Lo llamó Rocinante porque estaba tan delgado que
parecía que antes había sido un rocín y ahora era el primer rocín.
Necesitaba
amar a una dama para poder pedirles a los caballeros a los que
venciese que fuesen a ponerse a sus pies y le contaran cómo los
había vencido. La llama Dulcinea porque ese nombre le recuerda
vagamente al de Aldonza, una labradora de la que en tiempos estuvo
enamorado. Y del Toboso, porque de ese pueblo era Aldonza.
Los
libros de caballerías eran libros apasionantes, de aventuras
fantásticas y maravillosas, en los que se narraban las andanzas de
un caballero en busca de fama.
Los
vencidos debían presentarse a los pies de la dama y contarle la
valentía de su caballero.
Don
Quijote era bueno porque quería ayudar a la gente; valiente, porque
no le daba miedo luchar con caballeros o encantandores; ridículo,
porque no distinguía la fantasía de la realidad.
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